En julio del año 2019, mi madre fue diagnosticada con un cáncer de ovarios en estadio III, un tipo de cáncer agresivo en un estado avanzado. Ese diagnóstico hizo realidad uno de mis mayores temores (por no decir el mayor): que mi madre muriera.
Fue intervenida quirúrgicamente en tres ocasiones por una de las eminencias en cirugía oncológica en el país, el doctor Pedro Báez, y recibió quimioterapia e inmunoterapia bajo la dirección magistral de la doctora Nancy Alam Lora. En primer lugar, gracias a Dios y a su infinita misericordia; en segundo, a su determinación, valentía y fortaleza; en tercero, al apoyo incondicional que le brindamos como familia, especialmente el de mi tía Julieta, quien se entregó en cuerpo y alma a atenderla, acompañarla y cuidarla.
Y, en cuarto lugar (pero no menos importante), al extraordinario trabajo de un equipo de médicos, enfermeras y especialistas liderado por la doctora Nancy Alam Lora, mi madre logró sobrevivir cinco años y cinco meses con una buena calidad de vida, valiéndose por sí misma, con dignidad y con el acompañamiento de muchas personas que la quisieron y estuvieron pendientes de su salud. No por ningún tipo de compromiso, sino porque ella tenía la capacidad de ganarse el cariño sincero de la gente, casi sin esfuerzo alguno.
La experiencia de atravesar esta terrible enfermedad marcó profundamente a nuestra familia. Nos hizo aprender mucho, crecer mucho, unirnos y, sobre todo, acercarnos aún más a Dios. Se me hace muy difícil hacer un resumen de todo lo vivido pero al hacer un balance de esta travesía me queda la satisfacción del deber cumplido.
Es por esto que, desde el año 2022 aproximadamente, comencé a trabajar en un proyecto de ley que fuera robusto, moderno, disruptivo, innovador y con un profundo sentido de compromiso social y que catapultara a la República Dominicana hacia los primeros lugares en el área de la oncología, enfermedades catastróficas y de alto costo. Como país, creo que tenemos un enorme potencial por explotar: contamos con un extraordinario capital humano que hace maravillas con recursos, tecnologías e infraestructuras sumamente limitadas.
Durante muchas horas hablé con mi madre sobre el sueño de una Ley del Cáncer para la República Dominicana. Ella como siempre me apoyó y me impulsó a llevarlo a cabo. Sabía que me hacía muchísima ilusión aportar mi granito de arena para impactar la calidad de vida de miles de dominicanos diagnosticados cada año con una enfermedad oncológica, catastrófica y de alto costo. También sabía, de primera mano, todas las vicisitudes que atraviesan estos pacientes para conseguir un diagnóstico o un tratamiento adecuado.
Ella pudo ver el borrador final de este proyecto de ley antes de morir, aunque mi sueño siempre fue que viera este sueño convertido en realidad. Hoy me llena de un enorme orgullo, satisfacción y felicidad enterarme de que el honorable senador Félix Bautista ha asumido este proyecto como suyo y lo ha sometido ante el Senado de la República Dominicana y me ha informado que hará todo lo posible para su aprobación. No tengo palabras para agradecer su gentileza, amabilidad y, sobre todo, su receptividad.
Espero que cuando sea conocido en el Congreso, reciba un apoyo abrumador por parte de nuestros Senadores y Diputados.
Este proyecto de ley, que crea el Instituto Nacional de Enfermedades Oncológicas, Catastróficas y de Alto Costo y sus dependencias, en mi corazón es la Ley Águeda Saviñón.